Messi jugo mal

publication by: Mariano Caffé
Written on Jun 16, 2018

Esta semana no pasó desapercibida en el mundo al que nos arroja la rutinaria manera de vivir que fuimos construyendo.  Dos movimientos que caminan pasos distintos tuvieron su pequeño gran clímax, y me dispararon a la reflexión. Por un lado, media ley fue aprobada en busca de la despenalización del aborto, por otro, empató la selección argentina en su primer partido del Mundial de Fútbol. Tuve la suerte de presenciar ambos hechos desde lugares significativos como son en un caso la vigilia en la calle a la espera de un resultado, y la observación de un espectáculo futbolístico en un living de una casa familiar.  

La aprobación por parte de la cámara de diputados, fue acompañada por una mayoría de mujeres que mostraron, una vez más, que la madurez con la que el movimiento funda sus bases no solo está organizada en sus aspectos teóricos, sino que puede percibirse durante un hecho tan masivo (Con las malas connotaciones históricas e incluso actuales que adopta la masividad en sus comportamientos) como fue la manifestación del 13 de junio.  Esta Ley tiene mucho valor para el feminismo y, a fin de cuentas, para todos los argentinos.  Esta Ley es un quiebre en el comportamiento patriarcal organizado desde la raíz más coercitiva: El estado. Esta posibilidad de cambio luchada y negociada a través de un grupo de mujeres que supo masificarse de la manera más valiente y paciente, debe sus méritos a una vinculación con el poder de la cual desconocíamos y en donde radica justamente el verdadero poder del feminismo: un poder que invadió las invisibilidades del machismo y le respondió desde terrenos más profundos. Esta fuerza sutil, a su vez, está fundada y organizada en individualidades que son conscientes del poder del poder, valga su redundancia, lo que se presenta en rasgos fácticos en el ejercicio del mismo como pueden ser la ausencia de un caudillo, la sororidad como base de la intelectualidad, la desprovisión del eufemismo como fenómeno social y otros más que hablan no solo de un poder inteligente sino de lo consciente de sí mismo.  

En la vereda de en frente, compartiendo la misma calle, existe una sociedad que por sus condiciones empíricas no logra percatarse de tal suceso, y no llega a entender que la apuesta va más allá del aborto. Hay una corriente que está entendiendo al presente de una manera deconstructiva a través de un proceso con las características ya mencionadas, que tiene como elemento primario cuestionarlo todo, y considerar tanto a uno mismo como al otro generalizado entendiendo que el ser humano es un ser social el cual todo lo que posee, todo lo que percibe y todo lo que reproduce es consecuencia de un trayecto histórico, el cual fue encaminado con las mismas premisas con las que nos dañamos constantemente. Es decir, lo que vivimos fue determinado por nosotros mismos, y volver a determinarlo, por más inorgánico que resulte el proceso, es responder a un aprendizaje. Este aprendizaje repercute en la vida social del todos, no solamente para las mujeres, por eso puede hablarse del feminismo como el movimiento que se hace cargo de un presente que hace ruido (Nadie queda exento del presente).  Estos conceptos se tornan de difícil acceso para la rama de la sociedad que está cómoda y no recibe de manera consciente el constante abuso de parte de un sistema que nos somete en una cantidad elevada de planos. Es por esto que los sectores explícitamente más sometidos suelen cuestionarse ideas que simpatizan con las del feminismo, pudiendo consecuentemente entenderlo en su integridad y no definirlo por banalizaciones superficiales. Es el machismo quien se encuentra cómodo en el laberinto donde nos perdemos, y al que tanto le cuesta despojarse de su relación con el poder, alentado por la dificultad que conlleva reflexionar sobre cuestiones que se confunden intrínsecas. 

Quizás a raíz de todo lo anterior; de la sensibilización que acarrea esa marea de eventos, digerido en ese sentido originalmente por una experiencia personal en la cual fui observando, viviendo, sintiendo y comunicando las derrotas de un sistema encarnado tanto por el otro como por mí mismo; fue que el inicio del mundial me hizo entender de una manera totalmente distinta tanto al futbol, como al futbolero y al futbolista. Esta vez, sentí en el mundial de futbol el mismísimo símbolo de un absurdo que nos condena como comunidad. Partiendo desde un periodismo encargado de formar opinión desde meses previos al evento, siendo cómplices tristemente de manera inconsciente a una situación más de nuestra vida cotidiana en la que el consumismo hace uso de nuestras vulnerabilidades culturales para expresarse lo más fuertemente posible, y retroalimentarse de la sombra que genera y que no podemos percibir. El futbolero, siendo el último en la cadena, no solo es cómplice de las maneras más coercitivas que expresa el sistema en su formato más "disney", sino que en nuestro país fundamentalmente es la manifestación más importante de un sector de la sociedad víctima y victimario de la producción cultural machista. Este machismo, que como a veces se entiende, no es solamente una manera de relacionarse con la mujer, sino que una postura individual de asumir un rol instituido en la forma que tenemos de administrar el poder siendo no solo empuñado por el varón, sino que, también fomentado por muchas mujeres en situación de confort, miedo, especulación y otras realidades de las cuales no se puede escapar. 

En la relación tradicional entre varones puedo destacar una constante necesidad de jerarquizar mediante los elementos que le están al alcance. El macho con el macho se relaciona con alguno o más condicionantes que atraviesan y verticalizan como pueden ser la edad, el físico, el poder adquisitivo; y crea el vínculo partiendo de eso.  Con la mujer, esos condicionantes pasan a un segundo plano porque la sexualidad ya los distanció jerárquicamente ¿Cómo puede despertarse un "hombre" de pronto en un mundo donde sus relaciones se desvanecen en esa lógica desfavorablemente? El partido que Messi tuvo con Islandia hoy, por más descabellado que suene, pone en evidencia la nocividad y lo autodestructivo que subyace a estos vínculos. Los medios de comunicación, por lo tanto, el pueblo que los consume le atribuyó a Messi el evitable rótulo de "mejor jugador del mundo" en un deporte en el que a nivel comunitario en relación a otros países nos identifica, mediante la misma lógica jerárquica tratada anteriormente, como talentosos para el fútbol siendo este el motivo de orgullo nacional. Es decir, Messi no es solo un jugador de fútbol, sino que es el ancho de espada de una cultura que necesita tomar altura frente al exterior e interiormente, y el Mundial es el momento clave para complacer esa identificación consumando actos que la avalen. 

Podríamos concluir entonces, que Messi hoy era el encargado de acariciarle el ego nacional y popular que forma parte de cada macho que ve en la pelota de fútbol una posibilidad de posicionarse por encima del otro, y también podríamos explicar la frustración exteriorizada tanto en el rendimiento deportivo como en las expresiones corporales de un jugador que fuera del país hace malabares y adentrado en nuestra cultura se le caen las clavas. 

 

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